El aire en el Concejo Distrital se volvió denso desde temprano. Las graderías, repletas de rostros esperanzados, aguardaban con expectativa ser escuchados. En medio de la sesión ordinaria, una propuesta buscaba precisamente eso: abrir el micrófono a la comunidad para que contara, con voz propia, las dificultades que viven en sus barrios.
Pero lo que parecía un gesto democrático fue rápidamente silenciado por la mayoría del cabildo, desatando una tormenta de tensiones que cambiaría el rumbo de la jornada.
El concejal Miguel Martínez, con el ímpetu de quien no teme ir contracorriente, se levantó de su curul y tomó el centro del recinto. Sentado en el piso, con la mirada firme y el cuerpo convertido en símbolo de protesta, detuvo el debate.
La respuesta fue contundente: la Mesa Directiva llamó a la Policía Metropolitana. En minutos, los uniformados entraron al salón, y ante la mirada atónita del público, sacaron a Martínez a la fuerza.
Lo que comenzó como una sesión común terminó con una imagen que retumba en la memoria de muchos: la de un concejal expulsado por alzar la voz en nombre de su gente.
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